lunes, 2 de febrero de 2015

Bangkok 1: La Llegada


Llegamos a Bangkok un 31 de diciembre muy temprano a la mañana. Desde este lado del planeta emprender un viaje al sudeste asiático fue una gran decisión: tan sólo hace un par de años se empezó a visitar aquellos pagos, sumado a que hay que pegarse al asiento del avión durante un día entero, sin contar escalas, combinaciones y demás paseos por aeropuertos.
Después de evaluar si haríamos escala en Estambul, Nueva York, Dubai o Johanesburgo, nos decidimos por este último destino. Contamos las horas de vuelo de atrás para adelante y de adelante para atrás, y concluimos que por Sudáfrica viajaríamos un par de horas menos, así que sacamos pasajes por SouthAfrican Airlines (hasta marzo del 2014 llegaba a Buenos Aires). Nos quedamos cuatro días en la ciudad (ya lo contaré en otra crónica) y desde allí tomamos Thai Airlines hasta Bangkok.
Después de 11 horas por fin llegamos al Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi.
Antes de entrar al país, todos los latinoamericanos fuimos a una oficina de salud en el aeropuerto donde debíamos mostrar el certificado de vacunación contra la fiebre amarilla (aunque aquí en Argentina no tenemos fiebre amarilla era obligatorio por ser sudaca). Si no te habías pinchado en tu país, te pinchaban allí mismo sin piedad.
El aeropuerto era gigante, confuso y caótico, como luego descubriríamos que lo era Bangkok. Siendo cuatro, supusimos que la mejor manera de viajar hasta nuestro alojamiento sería en taxi.
Los traslados en Bangkok fueron un capítulo aparte. El tránsito era agobiante: millones de motos, millones de autos, millones de peatones, pero era alegre. Sí ¡alegre! Colorido, brillante, pintaba las calles. Cada micro de larga distancia estaba ilustrado con algún animé o grafiti.
 
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Los taxis también se veían realmente hermosos, de colores flúos. Los había fucsias, amarillos, verdes, turquesas, naranjas. Estaban equipados con un lindo e inútil reloj, que rara vez el taxista ponía a funcionar. Cada vez que teníamos que viajar, y muchas veces la única opción era en taxi dada la ubicación de nuestro guesthouse, comenzaba un momento de tensión y nervios. Si no aceptabas el precio exorbitante que te proponían a los gritos y enojados, no te llevaban. Ingenuamente parabas a otros con la ilusión de que, seguramente, encontrarías alguno honrado, sin intención de chorearte. Debo decir que no encontramos uno solo con estas características. También podía pasar que te bajaran en cualquier parte y, bajarse en cualquier parte, era estar realmente perdido, sin entender una palabra de lo que te decían, sin poder leer y sin que te entendieran a vos. ¡Un total analfabeto! Es más, pasé tres semanas en Tailandia y no pude distinguir una letra de otra, y no hablo de su fonética, si no, simplemente de su forma.  
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Volviendo al taxi, podía pasar que un día te levantaras y la suerte estuviera de tu lado. Y, después de pedir al taxista que pusiera el reloj, el sujeto, sin chistar ni gritar, lo ponía. Entonces subías al auto relajado, contento y tranquilo, con la sensación de haber ganado una batalla. El tema era que después de dos horas viajando, cuando el día anterior habías tardado quince minutos en ese  mismo recorrido, comenzabas a sospechar que las cosas no andaban bien y te dabas cuenta que una vez más te habían vuelto a cagar.
Lo mejor era desplazarse en barco, subte o en el skytrain –un tren monorriel que va por encima de la ciudad-. Tanto el subte como el skytrain eran modernos y buenísimos. El problema de Bangkok es que, al ser una ciudad tan pero tan grande, estos medios de transporte no llegaban a todas partes. Por suerte mi alojamiento estaba cerca de una estación de subte y otra de skytrain.
Otra experiencia única para viajar por las calles de Bangkok era el TUK TUK. Estoy segura de que ningún transporte conocido genera tanta adrenalina como el tuk tuk. Diría que es un transporte extremo. En cualquier momento uno podía salir expulsado por los costados abiertos del triciclo. El chofer manejaba en la parte de adelante esquivando millones de autos, motos, colectivos, taxis a una velocidad inaudita y, si tenía que girar en U en el preciso momento en que se le ocurría, no había problema, giraba. De cualquier manera, creo que es obligatorio experimentar el viaje en TUK TUK aunque sea una vez, por supuesto pactando el precio antes de subir.
 
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Como solía pasar a menudo, el taxista no tenía idea de dónde quedaba la calle de nuestro guesthouse, pero como siempre se termina llegando a destino, llegábamos.
Nos alojamos en un guesthouse de un inglés en el barrio de Sukhumvit. El barrio era muy lindo, residencial, a unas pocas cuadras de la embajada argentina y lleno de otras embajadas, hoteles, shoppings y negocios de lujo. El ambiente era bueno, pero estábamos muy lejos del centro turístico, de la calle Khaosan Road o la calle de los mochileros, donde se encontraban las agencias para tomar diferentes excursiones. 
Siempre está la disyuntiva entre alojarse en un barrio lindo y lejos de los lugares turísticos o cerca y horrible como lo era la calle Khaosan y sus alrededores.  
Otra posibilidad de alojamiento que me hubiera gustado era a orillas del río principal que divide a Bagkok en dos, el Chao Phraya.
Cuando comenzamos a planear el viaje dudamos en alquilar un departamento como solemos hacerlo en muchos otros destinos. Es cómodo y nos gusta mucho, te lo apropias por un par de días como si fuera tu casa. Pero resolvimos un guesthouse a raíz de los comentarios de Trip Advisor (aunque para Asia es mejor Agoda) sobre los buenos consejos y la ayuda de los dueños y encargados de la mayoría de este tipo de alojamientos.
Tuve la suerte de viajar bastante, incluso cuando era jovencita deambulé durante nueve meses con una mochila por diferentes países, y antes de viajar leo, investigo y averiguo bastante acerca del lugar que voy a visitar. De igual manera lo hice con Bangkok y, a pesar de haber hecho los deberes como siempre, cuando llegué me sentí perdida.
Por eso la opción del guesthouse fue acertada, especialmente cuando te gusta meterte de lleno en la ciudad, entre la gente, y no resguardarte en un tour o en una combi o en hotel cinco estrellas.
Cuando llegamos descansamos y a la tarde salimos a recorrer Khaosan Road, averiguar sobre excursiones y tener el primer pantallazo de la gente y la ciudad. 
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Khaosan road es la calle de los mochileros. Allí se encuentra alojamiento hiperbarato. Está cerca del Grand Palace y los templos principales, pero es un loquero de bares y mucho alchohol, restaurantes, casas de masajes, gente a los gritos vendiendo de todo, puestos de comida thai;  indios y paquistaníes ofreciendote trajes a medida, negocios de souvernirs y baratijas, hasta sucuchos que ofrecen documentación falsa. Sin olvidar el olor a aceite de pescado y frito que baña todas las calles de la ciudad. 
 
 
 
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En Khaosan road, hay sillones en las veredas y un batallón de masajistas te masajean los pies.

Ese día era año nuevo.  No pensé que la sociedad tailandesa, siendo en su mayoría budista, lo festejaría tan efusivamente. En varios puntos de la ciudad se hicieron fiestas, con fuegos artificiales, bailes, música y shows en vivo.
Por supuesto que fuimos. Estuvo realmente muy lindo… pero había mucha pero mucha pero mucha gente…. y mucha más gente. Al terminar quedamos dentro de una masa compacta de cuerpos durante un tiempo largo, aprisionados sin poder avanzar para ningún lado. Me asusté. Tuve la sensación que íbamos a morir aplastados por un alud de personas. Me imaginé en un titular de un diario:
“CUATRO ARGENTINOS MUEREN APLASTADOS POR UNA ESTAMPIDA HUMANA FESTEJANDO AÑO NUEVO EN BANGKOK”
 
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Como verán la foto del rey siempre estaba presente

Pero acá estamos vivitos y coleando…

































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