domingo, 31 de agosto de 2014

DIN-DON



El miércoles pasado fui al ciclo “Café de las Ciencias”, que una vez al mes se realiza en la sede del CONICET.  Este ciclo lo organiza la Embajada de Francia junto con el Ministerio de Ciencia argentino. Lo interesante es que se arma un debate y un diálogo sobre diferentes temas que hacen a la vida de todos nosotros  entre un científico francés, un argentino y el público.
El tema de este encuentro fue sobre donación de sangre y de órganos.
Ambos científicos,  el doctor francés en medicina y ciencias de la vida, Olivier Garraud y la bioquímica argentina, magister en ciencias químicas y en ingeniería en calidad, Catalina Massa hicieron hincapié en la donación altruista de sangre. En el transcurso de la charla surgió un interesante debate sobre la manera de educar a la población. La científica argentina creía que la mejor manera de llegar a los adultos era a través de los chicos. Son ellos los que no dejan que sus padres crucen el semáforo en rojo o que fumen un cigarrillo, dijo.  En cambio, el francés no estaba de acuerdo en introducir este tema en el colegio primario. La sangre está asociada a la religión, al miedo, a sentimientos negativos, a la enfermedad y a la muerte.
Yo creo que lo importante es introducir la idea de donar en forma altruista, sólo con el  fin de ayudar al otro y, al mismo tiempo, sentirse uno bien y feliz. Esa misma noche, al volver de la conferencia, me senté a escribir un cuento para chicos sobre donación alejándome de la sangre y de la muerte.    



DIN-DON

Primero se escuchó una ola de carcajadas. Después se escucharon varios golpes metálicos.  
-¡Myxs! ¿Qué pasó?
-Ja, ja… ja, ja… ¡Qué gracioso! ja, ja… ja, ja...
Myxs se desternillaba de la risa. Sacudía sus hombros de arriba abajo provocando chirridos desafinados;  agitaba sus manos en forma de tenaza;  entrechocaba sus rodillas con tanta fuerza, que terminaban aplastadas.
-¿Dónde estás? –preguntó la mamá-.No te encuentro.
-Ja, ja.. ja, ja…Debajo de la me… ja, ja.. ja, ja… –la risa le salió de la boca con tanta fuerza que su cara pegó contra la pared y se abolló el cachete.
-No me digas… No me digas que tenés cosquillas.  Vamos ya al hospital.   
La mamá de Myxs sospechaba lo peor.
Al llegar al hospital, Myxs y su mamá pasaron de inmediato al consultorio. El médico lo revisó con esmero y dijo:
-Señora, su hijo padece la  Enfermedad de la Risa.
-Ja, ja… ja, ja…
La Enfermedad de la Risa era muy temida entre los Homo Robots  que habitaban la Tierra. Las cosquillas empezaban en el borde de la nariz, bajaban por el cuello y, en un par de horas, llegaban hasta los pies. Por cierto, las cosquillas eran muy divertidas, pero peligrosas. La piel metálica de los robots quedaba magullada, aplastada, abollada, hundida, deformada, machacada… Es que tantos sacudones por  carcajadas incontrolables, tantos zarandeos ante las risotadas sin freno, sin contar las innumerables caídas, golpes y choques… Había que ir con urgencia al chapista dermatológico para que no quedara ni una sola marca.
Ellos sabían muy bien que a los chicos que habitaban la Tierra hace millones de años les pasaba algo similar. Una enfermedad llamada varicela les dejaba en el cuerpo decenas de pocitos. Porque hace millones de años en la Tierra habitaban los Homo Sapiens, gente de carne y hueso con un corazón y sangre que le corría por unos tubos por todo el cuerpo.
-ja, ja… ja, ja…
-Señora, en la Enfermedad de la Risa se pierden algunos tornillos de la cabeza –explicó el médico-. Deberá ir al Banco de Tornillos para reponerle a su hijo los que desaparecieron.
-ja, ja…, ja, ja…
La madre asintió con la cabeza, un poco triste por la enfermedad de Myxs, pero confiada de que iba conseguir los adecuados para curar a su hijo.
-Necesita tres –dijo el médico-,  grises,  pequeños y  cuadrados.
-ja, ja… ja, ja…
Sin perder tiempo, la madre se dirigió a una casona blanca con un letrero en verde flúo que decía: BANCO DE TORNILLOS. Allí se guardaban y clasificaban los tornillos de acuerdo a su forma, color y tamaño. Los cuadrados iban en un frasco rojo, los redondos en uno azul y los triangulares en uno amarillo.
-ja, ja…ja, ja…
Un hombre con un guardapolvo sacó de un frasco rojo tres tornillos -la etiqueta pegada en la superficie decía PEQUEÑOS y GRISES-. Con mucha precisión, a pesar de que Myxs no paraba de reírse y se sacudía como una gelatina, los colocó en su cabeza.
-ja, ja… ja, j…
-ja, ja..
-ja…
-j…
Y cuando las risas se aquietaron por completo, Myxs y su mamá salieron abrazados hacia la calle a comer un helado.   

En la Tierra, nunca faltaron los tornillos para quien los necesitara. Los Homo Robots conservaban, desde hacía mucho tiempo, la costumbre de donarlos. Nadie sabe de dónde nació aquel hábito, pero donaban cuando había sol o cuando llovía, también cuando estaban alegres o un poco tristes, a la mañana o a la tarde, los lunes o los jueves, en verano o en invierno, en abril o en septiembre o, simplemente, porque tenían ganas. Y en ese momento, cuando entregaban su tornillo, su corazón, que habían heredado de sus antepasados humanos, retumbaba como dos campanadas.  



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